La Isla Inexistente: Un Horror Inesperado

Horror 14 to 20 years old 2000 to 5000 words Spanish

Story Content

El silencio del laboratorio se quebró con un persistente golpeteo en la puerta. La Dra. Elena Vargas, con el cabello recogido en un moño desordenado y las gafas ligeramente deslizadas por el puente de su nariz, suspiró. Otro día de experimentos interminables.
—Adelante —respondió, sin apartar la vista del microscopio que examinaba.
La puerta se abrió revelando a un hombre alto y elegantemente vestido. Su traje impecable contrastaba con el ambiente caótico del laboratorio, lleno de tubos de ensayo y equipos complejos. Elena lo reconoció al instante: Ricardo Mendoza, uno de los tres millonarios más influyentes del país.
—Dra. Vargas, disculpe la intrusión, pero necesito su ayuda urgentemente.
Elena levantó una ceja, sorprendida. —Sr. Mendoza, ¿en qué puedo servirle?
—Encontré algo… algo que desafía toda lógica. Algo que no debería existir.
Mendoza le contó sobre su reciente viaje en yate. Habían descubierto una isla, una anomalía en el mar, un pedazo de tierra que no figuraba en mapas ni en los sistemas de navegación, aunque el radar sí la detectaba. Una isla con algo que no debería ser posible: zombis.
Elena soltó una carcajada incrédula. —Zombis, ¿Sr. Mendoza? Con todo respeto, eso es… absurdo. Imposible. Desde un punto de vista científico, es una falacia.
Ella empezó a enumerar las razones: la descomposición del cuerpo haría imposible el movimiento coordinado, el cerebro necesitaría oxígeno para funcionar, el rigor mortis impediría la flexibilidad, y la lista continuaba.
Mendoza la interrumpió con un gesto sombrío. —Dra. Vargas, yo también lo creía imposible, hasta que vi esto.
Con movimientos lentos, sacó una bolsa gruesa y oscura. Al abrirla, reveló su contenido: una cabeza humana, grotescamente pálida y con los ojos inyectados en sangre. La boca se movía ligeramente, como intentando morder.
Elena retrocedió, horrorizada. La cabeza... ¡se movía! Su mente científica luchaba contra la evidencia palpable. Pensó en las historias de espasmos post-mortem en decapitaciones, pero esto era diferente. Esta cabeza parecía tener mucho tiempo muerta, sin embargo, persistía la horrible animación.
—Imposible… —murmuró, sintiendo un escalofrío que le recorría la espina dorsal.
Mendoza asintió con gravedad. —Cuando encontramos la isla, diez hombres, incluyéndome a mí, desembarcamos para explorarla. Estábamos armados, por si encontrábamos algo peligroso. Pero nada nos preparó para lo que vimos.
Relató una historia de pesadilla. Los zombis eran reales, horribles y hambrientos. Varios de sus hombres cayeron, presa de esos seres. De los diez que desembarcaron, solo tres, él incluido, lograron regresar al yate. Pero no escaparon ilesos.
—Uno de esos monstruos nos persiguió hasta el barco. Uno de mis tripulantes reaccionó rápido y lo decapitó. Esta… esta es la cabeza de ese zombi.
Elena se tambaleó. Necesitaba pruebas. Necesitaba datos. —Sr. Mendoza, necesito analizar esta… esta cosa. Necesito saber si es real.
—Por supuesto, Dra. Vargas. Confío plenamente en su criterio. La isla, el yate… todo está a su disposición. Solo le pido… que tenga cuidado.
Durante las siguientes horas, Elena realizó un sinnúmero de pruebas en la cabeza. El hedor era insoportable, la textura repugnante, pero ella persistió. Las pruebas revelaron una anomalía biológica inexplicable. La cabeza estaba muerta, en un estado avanzado de descomposición, pero al mismo tiempo, presentaba actividad neuronal, aunque distorsionada y aberrante.
—Esto… esto es imposible —susurró, sintiendo el miedo atenazando su corazón. La ciencia que conocía, la que había estudiado toda su vida, era insuficiente para explicar lo que tenía frente a ella.
La evidencia era irrefutable: los zombis existían. Y ahora, dependía de ella descubrir por qué y cómo combatirlos. Pero primero, debía enfrentarse al horror que le había sido revelado: el mundo estaba al borde de una pesadilla inimaginable.